Medicando síntomas: escondiendo la raíz

Lucía tiene 48 años y el trabajo que siempre quiso tener, profesora de escuela infantil. Tiene dos hijas sanas en edad escolar, y una buena relación con su pareja. Por las mañanas antes de ir a trabajar se toma una infusión que calienta en el microondas de su casa. Hoy se levantó un poco más tarde y con las prisas olvidó que estaba calentando el agua para su infusión. Ésta empezó a hervir y al coger la taza el agua se derramó, provocándole una quemadura de segundo grado en la mano y parte de la muñeca.

Acude a urgencias, donde le hacen una primera cura y le recetan medicación para el dolor. Durante los días siguientes continúa asistiendo a su Centro de Salud para continuar con las curas hasta que su quemadura está finalmente sanada.

Lucía está agradecida de poder contar con un acceso universal a la sanidad que le permitió resolver su problema y continuar con su vida normalmente, consciente de que la salud pública es un bien valioso que no todos los países ofrecen.

María tiene 51 años, es divorciada y tiene dos hijos que viven con ella. Es cocinera y, a pesar de trabajar duro, suele llegar con dificultades a fin de mes. Desde hace tiempo sufre de dolores articulares que sobrelleva tomando Enantyum, un antiinflamatorio. Diariamente toma Omeprazol como ‘protector de estómago’ y con frecuencia necesita incluir Paracetamol para calmar los incontrolables dolores.

María está cada vez más triste y preocupada: sus dificultades económicas sumadas al estrés que le produce la pandemia la conducen a su médico, quien no tiene suficiente tiempo para escucharla y aconsejarla, pero le receta un antidepresivo, le indica un análisis de sangre y la envía con su enfermera para que mida su tensión arterial. Finalmente, los resultados de su analítica indican colesterol elevado, y su médico le receta Simvastatina. Su tensión arterial también continúa alta y ante esto se le indica Enalapril.

Mientras tanto, María continúa con sus dolores articulares y a esto se ha sumado un frecuente dolor abdominal e hinchazón después de las comidas. Para acudir a los especialistas va a necesitar esperar 6 meses, y otros 3 más para las pruebas complementarias que confirmen posibles diagnósticos. Durante todo este tiempo ella intenta ver a su médico, pero no consigue citas. Entonces opta por acudir a Urgencias, pero como sus problemas no son una urgencia, la atienden a medias.

María está profundamente indignada con la sanidad pública española: tras meses de intentarlo aún no se siente bien ni tiene un camino claro hacia una potencial solución.

El problema de dejar la salud en manos de los fármacos…

Estas son dos historias reales con personajes ficticios. Son ejemplos que demuestran que la sanidad española es extremadamente efectiva resolviendo problemas agudos: aquellos que tienen una aparición súbita y una evolución y resolución rápida. Por el contrario, es incapaz de absorber la cantidad de enfermedades crónicas existentes: nos salva la vida, pero no asegura que la vivamos con calidad. La realidad es que tenemos una sociedad enferma.

Como prueba de esto, veamos los grupos de medicamento más consumidos en España en 2017 de acuerdo con el Ministerio de Sanidad:

  1. Antiulcerosos: omeprazol, pantoprazol…
  2. Hipolipemiantes: las estatinas (para “bajar el colesterol”)
  3. Ansiolíticos: derivados de las benzodiazepinas

Además, según el Consejo General de Colegios Farmacéuticos, durante la pandemia aumentó el consumo de ansiolíticos y antidepresivos entre un 10% y 15%.

Los medicamentos en los que más dinero gastamos son:

  1. Fármacos para la diabetes
  2. Agentes contra procedimientos obstructivos de las vías respiratorias (inhaladores)
  3. Agentes modificadores de los lípidos (estatinas)

Todos estos son fármacos que no curan: intentan esconder los síntomas aislados que en definitiva son consecuencia de un conjunto de hábitos de vida que nos enferman.

Lo que no siempre recordamos es que, aunque logremos tapar un síntoma, casi siempre saldrá otro, y luego otro, porque el problema está en nuestro organismo como un todo, y no en sus diferentes sistemas de alarma.

Solemos creer que porque la receta para el medicamento nos la da el médico ya es la solución que necesitamos y que cuantas más pastillas tomemos más nos estamos cuidando. En realidad, es todo lo contrario.

Históricamente nos mataban las hambrunas, las infecciones y los traumatismos. Ahora tenemos comida, antibióticos para las infecciones y contamos con medios físicos y humanos para evitar accidentes o poder salir con éxito de ellos. Sin embargo, necesitamos apoyarnos en fármacos para sobrevivir a los problemas emocionales, laborales o sociales en vez de aprender a manejar el estrés y los retos del día a día. Creemos que podemos olvidarnos de las enfermedades crónicas y sus causas mientras callamos las alarmas que nuestro cuerpo usa para expresar que algo no anda bien, en lugar de entender y procurar solucionar desde la raíz.

En una sociedad que busca el confort y los resultados inmediatos, es más rápido tapar síntomas con medicamentos. Esto puede hasta ser rentable para algunos, pero seguramente no para nuestro bolsillo ni el de la sanidad pública.

Debemos ser conscientes de que la salud individual y colectiva solo se puede conseguir con prevención y educación. La clave está en hacer buenas elecciones: movimiento, sueño/descanso, manejar el estrés y las emociones y por supuesto la alimentación.

¿Cuál es el camino hacia la solución definitiva entonces?

La situación de María no es un cúmulo de patologías aisladas fruto de la mala suerte, y por lo tanto la estrategia para que María recupere su buena salud debería enfocarse en encontrar y resolver el problema principal, no sus diferentes síntomas.

Para la calmar su preocupación o para afrontar su estrés diario María hubiera necesitado una buena estrategia emocional con ayuda de un profesional, claro está. Por no tratar este problema de manera adecuada, María ve su tensión arterial elevada y esto le suma otro medicamento.

Su estrés mal controlado y unas elecciones dietéticas poco acertadas (causa o consecuencia del mismo estrés) disparan su colesterol y añaden una pastilla más. El Omeprazol que a priori tomaba para protegerse, reducen los ácidos de su estómago y, como efecto secundario, hace que proliferen bacterias patógenas que le causan una disbiosis y esas molestias intestinales.

La falta de ejercicio físico (por falta de tiempo y de energía, por miedo ante los dolores físicos) junto con la inflamación perpetuada en el tiempo empeoran sus dolores articulares.

Llegados a este punto la raíz está muy escondida debajo de todos los fármacos que fueron tapando los síntomas. La única solución definitiva: ir desatando nudos para poder llegar al origen de todos los problemas y solo así ir mejorando y retirando fármacos.

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Evidentemente este proceso es extenso, requiere fuerza de voluntad del paciente y dedicación del profesional. No hay una solución única y el camino para alcanzarla puede ser sinuoso.

Son necesarias consultas de 90 minutos, con largas conversaciones, explicaciones y propuestas de cambio consensuadas con María. Esto se traduce en tiempo: ese bien preciado que no sobra en nuestro día a día y del que tampoco dispone la sanidad pública.

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