¿Cuál es la dieta ideal?

No es una novedad decir que la nutrición es pieza clave en nuestra salud. Sin embargo, empiezan a surgir dudas cuando tenemos que decidir cuál es la dieta óptima que debemos seguir. Estas son preguntas que, a priori, no tenemos con ninguna otra especie animal: en un zoo se intenta alimentar a cada animal lo más parecido posible a la dieta que tendría en su hábitat natural. Así, a nadie se le ocurriría alimentar a una cebra con sardinas o a un león con verduras.  Entonces, primero deberíamos plantearnos: ¿cuál es nuestro hábitat natural? Y por otro lado, ¿qué comeríamos en ese hábitat natural humano?

La dieta humana

Vamos a intentar resumir nuestra historia en un párrafo: somos un animal que pertenece a la especie sapiens, del género homo y de la familia de los grandes simios. Medido en tiempo, nuestra primera tatarabuela nació hace unos 6 millones de años y el primer sapiens, hace unos 2.5 millones.

Durante toda esa evolución fuimos cazadores-recolectores, hasta la Revolución Agrícola, presente en cualquier libro de historia de la humanidad, la cual sucedió hace unos 10.000 años. La aparición de la agricultura cambió radicalmente el estilo de vida del sapiens: no sólo se comenzaron a controlar y manipular las especies vegetales, sino también algunos animales.

Parece que la primera transición se inició en el actual sudeste de Turquía y oeste de Irán hacia el año 9.000 a.C. Y, según el historiador Yuval Harari, actualmente el 90% de las calorías que hoy alimentan a la humanidad proceden de unas cuantas plantas que se domesticaron entre el 9.000 a.C y el 3.500 a.C.: trigo, arroz, maíz, patatas, mijo y cebada.

Sin dudas la nutrición humana ha cambiado significativamente durante los últimos 10.000 años, y especialmente durante los últimos 250, pero por el contrario el genoma humano se ha mantenido prácticamente inalterado. Los cambios en la dieta y en el estilo de vida ocurrieron demasiado rápido para nuestros genes, de tal manera que los humanos todavía estamos biológicamente adaptados al medio ambiente de nuestros ancestros preagrícolas.

Las dietas de los cazadores-recolectores consistían principalmente en carne de caza, pescado y alimentos vegetales sin cultivar como raíces, tubérculos, hierbas silvestres, bayas, verduras, frutas y algo de miel estacionalmente; los cereales, los azúcares refinados y los productos lácteos no formaban parte de ella.

¿Cómo se compara esto con una dieta moderna?

Por supuesto, ha habido una adaptación parcial a alimentos relativamente nuevos, como la lactosa de la leche de vaca y la fécula de los cereales. Sin embargo, lo reciente de estas adaptaciones podría explicar la gran cantidad de personas que sufren intolerancias a estos alimentos, aunque este tema será tratado en un capítulo aparte.

A pesar de que la alimentación de nuestros antepasados puede haber variado de una tribu a otra dependiendo de la zona geográfica en que estuviera asentada y de la disponibilidad de diferentes tipos de alimentos (así como hoy varía la alimentación de una sociedad a otra), todas tenían algo en común: no comían productos industriales procesados que hoy tan fácilmente hallamos en supermercados y tiendas de alimentación.

Las causas de muerte de los humanos en las sociedades preagrícolas eran los agentes infecciosos o ciertas amenazas físicas que ponían en riesgo su supervivencia, pero con frecuencia el origen de las enfermedades no estaba en su alimentación ni en su estilo de vida, muy distintos de los que llevamos en la actualidad.

¿Puede nuestra alimentación ser la causa de las enfermedades modernas?

Existen numerosos estudios donde se observa que poblaciones de cazadores-recolectores están completamente libres de “enfermedades de la civilización moderna” como obesidad, diabetes o síndrome metabólico. Un ejemplo es el estudio llevado a cabo con aborígenes australianos que pasaron de una dieta tradicional de cazadores-recolectores a un estilo de vida occidentalizado, desarrollando así altas tasas de propensión a la obesidad, diabetes y otras anomalías relacionadas con el metabolismo, todas ellas prácticamente inexistentes previamente en estas sociedades. Sin embargo, al volver temporariamente a su dieta y estilo de vida tradicionales se notaron mejoras significativas en los factores de riesgo enumerados.

Esencialmente, aunque los alimentos han cambiado desde la edad de piedra hasta nuestros días, podemos asemejar nuestra dieta a lo que esperan nuestros genes consumiendo gran variedad de vegetales, pescados y moluscos, huevos, aves y ocasionalmente carnes rojas. Es probable que la calidad de los alimentos que podemos encontrar hoy en día no sea igual que la que consumían nuestros ancestros cazadores-recolectores, pero podemos intentar acercarnos lo más posible y evitar los alimentos para los que nuestro cuerpo no está aún adaptado, minimizando así la aparición de las “enfermedades de la civilización moderna”.

Fuentes

Harari, Yuval Noah. “De animales a dioses (Sapiens): una breve historia de la humanidad” (2014)

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