Históricamente el ser humano parece estar viviendo una carrera contra el tiempo. Las 24 horas que tiene un día no son suficientes para nuestras ocupadas rutinas, y la cantidad de años de vida que nos esperan parecen pocos para todo lo que deseamos hacer. “La vida es corta” solemos decir. Y por eso, en las últimas décadas hemos centrado nuestros esfuerzos científicos en descubrir cómo hacerla durar más.
En este sentido, las cifras parecen indicar que venimos teniendo éxito. La medicina moderna ha logrado duplicar nuestra expectativa de vida en los últimos 200 años. Según la ONU, en 2019 la media mundial era de 73 años, comparado con la media de 30 años en el siglo XVIII. Este aumento se debió en parte a una importante reducción en la mortalidad infantil en países pobres y a grandes avances en materia de medicina que prácticamente erradicaron las enfermedades infecciosas.
Sin embargo, lamentablemente no podemos decir que esta mayor esperanza de vida haya sido necesariamente acompañada por un aumento en la cantidad de años saludables: aún vemos mucha gente de edad avanzada que sufre durante años de enfermedades crónicas como diabetes, patologías cardiovasculares, cáncer o trastornos neurológicos. Si bien estas enfermedades no son nuevas, lo preocupante es su creciente prevalencia en la sociedad, ya que cada vez se hacen más comunes y afectan a las personas durante más años.
Es importante que entendamos la diferencia entre “expectativa de vida” y “años de vida saludable”. El objetivo para todos no debería ser vivir más años, sino que esos años sean de calidad y disfrute. Si nuestra expectativa de vida es mayor a la cantidad de años sin enfermedades incapacitantes, quiere decir que muchos de nosotros pasamos los últimos años de nuestra vida con una enfermedad crónica y muchas veces con una condición degenerativa. La OMS ha desarrollado un indicador para medir la expectativa de vida saludable, tanto en la población al nacer como a los 60 años.
Según este estudio, en 2019 la expectativa de vida mundial al nacer era de 73 años; sin embargo, la expectativa de años saludables era sólo de 64 años. Esto significa que en promedio vivimos alrededor de un 15% de nuestras vidas enfermos. Las estadísticas muestran que para 2050 nuestra esperanza de vida aumentará a 82 años. Sin embargo, se espera que la cantidad de personas mayores que requieren ayuda para desempeñar sus actividades diarias básicas se cuadriplique para esa fecha. Diferente a lo que muchos creemos, la longevidad no está principalmente determinada por los genes, ya que estos representan apenas un 20% de nuestra “suerte”, siendo el otro 80% nuestro estilo de vida y el entorno. En un estudio realizado en Dinamarca en 1995 sobre 2872 pares de gemelos nacidos entre los años 1870 y 1900 se demostró que la heredabilidad de longevidad era del 23% en mujeres y 26% en hombres, indicando que el 77 – 74% restante se debe a factores contextuales específicos del individuo y no compartidos en una familia.
Por qué vivimos más, pero no mejor?
Las enfermedades infecciosas y la mortalidad infantil fueron gradualmente reemplazadas por patologías modernas como las mencionadas anteriormente. Un ejemplo muy visible para todos en la actualidad es la incidencia de obesidad como una “enfermedad de la civilización”. La tasa de obesidad en Europa se ha triplicado en los últimos 20 años. Mientras que en muchos países una de las principales causas de muerte era antes la desnutrición, hoy en día las estadísticas apuntan a la obesidad como una de las principales causantes de patologías crónicas y enfermedades mortales. Nuestra forma moderna de alimentarnos está muchas veces basada en productos procesados, de bajo costo, altos en calorías y con poca calidad nutricional. Tal como sugiere el estudio de la OMS sobre las principales causas de mortalidad en países con diferentes niveles de ingresos, estas enfermedades modernas parecen ser más prevalentes en países de altos ingresos.
Cabe destacar que no son sólo las enfermedades crónicas las que empobrecen nuestra calidad de vida durante nuestros últimos años. Así como algunas de estas enfermedades no necesariamente implican una pérdida de funcionalidad física, hay también una gran incidencia de discapacidades o pérdida de funcionalidad que no son mortales pero que deterioran nuestra salud y nuestro bienestar.
Un estudio realizado por Eileen Crimmins y su equipo en 2010 comparó la expectativa de vida con la cantidad de años de vida funcionales (sin discapacidad) de las personas durante 4 décadas en Estados Unidos y concluyó que a lo largo del ciclo de vida no hubo una compresión de la morbilidad: es decir, la expectativa de vida aumentó, pero también lo hicieron la cantidad de años con enfermedad o con pérdida de funcionalidad. Esto significa que vivimos más pero también pasamos más tiempo enfermos, principalmente por los desarrollos que permiten extender la vida de aquellas personas que no se curan, pero continúan viviendo enfermas. Crimmins sugiere que para aumentar la cantidad de años saludables al ritmo del aumento de la expectativa de vida hacen falta cambios en nuestros comportamientos, nuestro estilo de vida y en las políticas sociales.
El Instituto de Métricas y Evaluaciones de Salud de la Universidad de Washington ha medido también la variación de la función cognitiva del ser humano con la edad a nivel mundial y ha resaltado la importancia de mejorar y conservar las habilidades cognitivas de las personas durante todo su ciclo de vida de manera de mantenerse productivo y de esa forma colaborar a retrasar el envejecimiento como principal factor de riesgo de enfermedades mortales. La OMS ha desarrollado también un indicador de “carga de enfermedad” (DALYs, en inglés), que representa la pérdida equivalente a un año de vida totalmente saludable. Bajo este concepto se considera que un año totalmente saludable puede perderse por mortalidad prematura o por discapacidad por enfermedad en la población. Las conclusiones del último estudio llevado a cabo en 2019 indican que la pérdida de años de vida saludables por enfermedades transmisibles como el HIV o la diarrea ha disminuido un 50% desde el 2000. Sin embargo, la carga de enfermedad por diabetes ha aumentado más de un 80% entre 2000 y 2019, y la carga por Alzheimer se ha duplicado durante el mismo período.
Como conclusión, debemos prestar atención no sólo a la cantidad de años que queremos vivir sino también a cómo vivirlos. Las cifras indican que, aunque la humanidad esté ganando algunas batallas a la naturaleza reduciendo la mortalidad y aumentando nuestra esperanza de vida, el hecho de que no hayamos aumentado la cantidad de años saludables en la misma proporción que la cantidad de años adicionales que vivimos debe ser una alerta de que esos años son años de enfermedad o al menos de discapacidad funcional. Muchos tratamientos se han enfocado en alargar la vida de personas enfermas, lo cual en el fondo no suena muy esperanzador. Podemos realizar intervenciones en nuestros hábitos y estilo de vida para ganar no sólo más años, sino más años de salud.
Bibliografía:
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